‘Los Borbones: una familia real’: analizamos el documental más duro contra los manejos de Juan Carlos

«La unidad familiar no es más que una puesta en escena con un solo objetivo: mantenerse en el trono». Con esta premisa arranca la primera entrega de Los Borbones: una familia real, el documental que La Sexta y Atresplayer Premium estrenan hoy, dirigido por Ana Pastor y Aitor Gabilondo y que, aunque centrado en todos los Borbones, desmenuza especialmente la figura de un rey al que se le consintió demasiado, hasta que todo se rompió: Juan Carlos de Borbón. En el documental, de seis capítulos (y del que hemos podido ver los dos primeros), han participado desde exministros como García-Margallo –que reconocía la labor “al resolver personalmente situaciones que nadie más era capaz”– hasta expresidentes como Rodríguez-Zapatero, que se declara “afectado” por el comportamiento del rey en los últimos años, “porque decepcionado es un término que no me gusta”. 

Además de abordar sin tapujos la historia reciente de la dinastía, el documental también recupera una ingente cantidad de material audiovisual: las entrevistas de don Juan de Borbón, padre de Juan Carlos, por ejemplo. En las que aparece hablando de la creciente desconfianza con Franco en los años formativos del monarca hasta –ya consumada la «traición» dinástica– sus declaraciones entre francés y español contando por qué no acudió a la coronación de su hijo tras la muerte del dictador: “Porque no se ha hecho de una forma absolutamente correcta, ni con la intervención del pueblo ni con la mía, que era el titular [de la Corona]”.

El primer capítulo también aborda esa “fascinación” con lo monárquico que, según Martin Bianchi, quien fuera Jefe de Sociedad en Vanity Fair y ahora redactor jefe de ¡Hola!, es la clave de que las monarquías generen tanto interés. Aunque fueran pobres, como la formada por el matrimonio entre Sofía y Juan Carlos. En el documental se recuerda las declaraciones de Sofía al hablar de sus estrecheces durante sus años de internado: el frío y la mala alimentación, el “pelar patatas en la cocina, cosiendo blusas para aprender a coser, plantando tomates” que mostraba que la griega era la otra gran malparada de las dinastías desterradas del siglo XX.

Un capítulo en el que también hay testimonios de amigos cercanos del monarca, como Antonio Eraso, contando cómo fue la trágica muerte del infante Alfonso, disparado por accidente por su hermano, el futuro rey, “por haberse cruzado en la línea de tiro. Se desangró en cinco minutos”. La negativa de Franco a efectuar la autopsia de Alfonso “hizo muchísimo daño” a la figura de Juan Carlos, “desató todo tipo de conjeturas”. Y acentuó para siempre la distancia entre don Juan y Juan Carlos. Como afirma la periodista Carme Enríquez: «Juan no soportaba tener cerca a Juan Carlos porque le consideraba responsable de la muerte de su otro hijo».

Los años vividos bajo Franco también dan otras claves del comportamiento del futuro monarca. Se convirtió en heredero sin fondos, sin escolta personal, sin nada. Un futuro rey pobre tutelado por un dictador y un padre que le usaron durante toda su infancia como arma política. Y que llegó a la edad adulta tan tirante de dinero que Sofía y él tenían que racionar las llamadas internacionales que se hacían como novios.

Es lo que el segundo capítulo plantea como el origen de la obsesión de Juan Carlos por el dinero. Estableciendo símiles con la figura de su abuelo. Alfonso XIII, un rey que invirtió personalmente en al menos 70 negocios privados, donde la línea entre lo público y lo privado se difuminaba, y que triplicó su herencia mediante el ejercicio de la Corona.

En ese capítulo, centrado en el dinero, se cuenta que la primera oportunidad económica real de Juan Carlos llega en la crisis del petróleo: Franco pone en contacto al príncipe con Arabia Saudí para gestionar petróleo para España. Y de esa relación llega su primera comisión económica. Un comportamiento que se agravaría en la primera democracia. 

García-Abad (el periodista que, como dice Iñaki Gabilondo, «era de los pocos» que investigaba al rey) cuenta una de sus primeras grandes jugadas: ante el auge del PSOE, durante el Gobierno de Suárez, “el rey mandó una carta al sha de Persia pidiendo ayuda económica contra el socialista González, a lo que el sha accedió”. Fueron 10 millones de dólares, “de los que Suárez nunca vio un duro”. García-Abad afirma que ese dinero se lo quedó íntegro Juan Carlos, poniendo el precedente para su segunda gran jugada, “el origen de su fortuna personal”, como la denomina José María Olmo, de El Confidencial: 100 millones de dólares, repartidos entre varios créditos, “con una única condición, devolverlo en 10 años”. Pasado el plazo, el hombre de confianza del rey, Colón de Carvajal, tuvo que interceptar al encargado árabe del cobro, para conseguir una extensión de otros cinco años. Después, nunca más se supo. 

Nada fue de dominio público porque no se contaba, como reconocen varios de los periodistas. El rey estaba en la cima de su popularidad nacional e internacional como el “campeón de la democracia”, como le llamó Reagan, y se pudo dedicar a sus negocios sin interferencias. Iñaki Gabilondo reconoce que hubo una doble falla en la naciente democracia: “La razón por la que le prensa no cumplió su función con el rey fue porque nos equivocamos, y nos dedicamos a la información sin observación sobre su figura”. Y, al mismo tiempo, tenía éxito en sus gestiones: “los árabes no recibían ni al ministro de Exteriores”, sólo al rey. 

Algo que llevó a que los empresarios españoles se acercasen a su figura de conseguidor. Como dijo en su momento el empresario Arturo Fernández, “con el rey siempre hacemos negocio”. Y él con ellos. Olmo cuenta que en Zarzuela había todo un sistema para que los múltiples regalos que recibía el rey se liquidasen “para convertirlos inmediatamente en fondos para la familia real”. Un hecho de que eran conscientes González –que intentó regular los regalos y se encontró con el veto de Juan Carlos– o Aznar –que era consciente de la situación y trataba al rey “con desprecio”, según el documental. Zapatero, por su parte, afirma que “nadie me presentó un hecho fehaciente de irregularidades del rey”. 

Un sistema que se prolongó hasta los años de Corinna y que, como tantas otras cosas, se rompió junto a su cadera en el infame safari de Botsuana, el primer punto en el que empiezan las investigaciones que acabarían con su monarquía, con su tranquilidad de rey emérito, y llevarían al rey Felipe a realizar en la institución los cambios que su tocayo presidente no pudo emprender. Cuando ya era demasiado tarde porque, como afirma Gabilondo, “es inútil a estas alturas que Juan Carlos dé explicaciones”.

POR: JAVI SÁNCHEZ
Foto/GETTY IMAGES

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