Abusos de impotencia

Los ejércitos criminales se adueñaron, primero, de los caminos vecinales cercanos a sus guaridas, luego de las carreteras estatales y ahora se están apoderando de las federales, donde cometen asaltos, secuestros o asesinatos ante la indolencia de la Guardia Nacional, que pronto se quedará bizca de tanto mirar a otra parte. Las noticias de las últimas semanas revelan que muchas autopistas importantes del país ya no son seguras a ninguna hora del día. Pobre del automovilista que sufra una ponchadura de llanta dentro del feudo de algún capo local: la maña le caerá encima para cobrarle un sangriento peaje. Desde hace tiempo, los robos de tráileres proliferan en todo el país, con pérdidas multimillonarias para muchas empresas. Envalentonados por la protección encubierta que les brinda la fuerza pública, los criminales ya no se limitan a dar golpes discretos y veloces: el 8 de junio asaltaron en la autopista León-Aguascalientes una enorme góndola cargada de camionetas, en un complejo operativo que bloqueó la circulación durante más de una hora. Ningún helicóptero artillado del ejército se hizo presente, a pesar de que algunos automovilistas grabaron el asalto y lo exhibieron en las redes sociales.

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La compra de plazas ya no le basta al crimen organizado: ahora también compra autopistas y para sacarle jugo a su inversión está imponiendo un régimen de terror que aprovecha todas las grietas del Estado fallido. Los secuestros de inmigrantes en la carretera de Matehuala a Monterrey exhibieron en mayo la existencia de una red criminal tolerada por el gobierno de San Luis Potosí. En la autopista México-Querétaro abundan los puestos de venta de huachicol, un boyante negocio que López Obrador se ufanó de haber erradicado a principios de su sexenio. El virus de la anarquía egoísta ya llegó a la autopista México-Cuernavaca. El 9 de mayo, cuando una protesta de comuneros bloqueó la circulación en ambos sentidos a la altura de Tres Marías, los pandilleros de Huitzilac, un municipio gobernado por el narco donde los taxistas de Cuernavaca se niegan a entrar, destrozaron a pedradas los vidrios de los automóviles embotellados para asaltar a sus tripulantes. Dos semanas antes, dos jóvenes y una muchacha fueron secuestrados en la misma zona, cuando detuvieron su auto a la orilla de la autopista. El hallazgo de sus cadáveres desató una oleada de protestas en la capital de Morelos. Cuauhtémoc Blanco les dio la espalda mientras jugaba al golf con sus contlapaches. Por si fuera poco, las invisibles y omisas fuerzas del orden han dejado en la indefensión absoluta el Parador de Parres, donde menudean los robos de autos a mano armada.

Ante la evidencia de que el hampa ya regentea las principales vías de comunicación, las respuestas de la autoridad oscilan entre la resignación y el cinismo. El lunes pasado, cuando el secretario de Gobierno de Tamaulipas, Héctor Joel Villegas, se salvó milagrosamente de un atentado en la carretera Reynosa-San Fernando, un boletín oficial recomendó a los automovilistas no circular de noche en las carreteras del estado. Si el gobierno estatal ya se rindió ante los cárteles, como parece admitir el boletín, ¿por qué no cierra de una vez todas las carreteras? Sería lo más cómodo para lavarse las manos. En el centro del país hay otros émulos de Poncio Pilatos. En fechas recientes, José Antonio Ortiz, el comisionado de Seguridad Pública de Morelos, y la alcaldesa de Tlalpan, Alfa Eliana González, advirtieron a los automovilistas que no se detengan por ningún motivo en la autopista México-Cuernavaca, ni de día ni de noche, porque los grupos delincuenciales acechan por doquier. En otras palabras: si la vejiga los traiciona, orínense en los pantalones y si su coche se descompone, que dios los bendiga. Declaraciones como éstas serían válidas si vinieran acompañadas por las renuncias de ambos funcionarios, pues equivalen a una confesión de ineptitud, o de complicidad con la delincuencia.

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La supresión de libertades propuesta por los encargados de preservarlas es un foco rojo que nadie debería ignorar, pues en los próximos años puede cobrar tintes dictatoriales. La expansión de la criminalidad impune que la 4T fomenta con ahínco representa ya un peligro de muerte para cualquier automovilista que salga de viaje, pero el presidente ni siquiera se digna reconocer la gravedad del problema. En su mitin del domingo pasado proclamó por enésima vez que su estrategia de seguridad es un éxito. Ni suda ni se acongoja por haber rebasado ampliamente las cifras de asesinatos registrados en los sexenios de Calderón y Peña. Es verdad que no ha cometido abusos de poder en el combate al crimen organizado, un poderoso aliado político a quien trata con algodones, pero se equivoca si cree que la memoria colectiva le perdonará sus letales abusos de impotencia.

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