Marta Aura: “La mujer rota” fue una actriz entera

Son dos mujeres distintas. Una vive en un pueblo chiapaneco, es soltera, atiende las mesas del restaurante playero familiar y busca escapar del autoritarismo de su madre refugiándose en una nueva religión; ella, desde su temor y timidez, atestigua el descubrimiento sexual de su joven sobrino, aportando frases chispeantes y vivaces aún dentro de su triste situación. La otra es una maestra de escuela, viuda, que se une a manifestaciones y logra acciones como teñirse el cabello de verde mientras ve, sin entenderlo mucho, el crecimiento de su hijo adolescente. Son dos mujeres muy distintas, que probablemente no podrían conocerse jamás y, sin embargo, las une un hilo muy poderoso: ambas fueron interpretadas sobre el escenario por la misma actriz. La apocada Elia de El eclipse de Carlos Olmos y la excéntrica Gaviota de Escrito en el cuerpo de la noche de Emilio Carballido fueron creadas, en el apogeo de sus virtudes teatrales, por Marta Aura.

Nacida en la Ciudad de México en 1942, Marta Aura Palacios estudió en lo que hoy es la Escuela Nacional de Teatro. Hermana del poeta y gestor cultural Alejandro Aura y de la dramaturga María Elena Aura, tuvo como maestros definitivos como Juan José Arreola, Lola Bravo, Clementina Otero, José Luis Ibañez, Sergio Magaña y Alexandro Jodorowski.

Destacaba las clases con Ibañez “para reafirmar el buen decir del verso. Soy una muy buena lectora de poesía, como hermana de poeta que soy. Siempre lo he combinado con mi trabajo como actriz”, declaró en una entrevista en 2009, meses después de que se enterara que no había sido elegida para formar parte de la nueva etapa de la Compañía Nacional de Teatro en su reestructura a cargo de Luis de Tavira.

Empero, para Marta Aura, los maestros más importantes fueron los directores con los que trabajó. Por ello, contundente afirmaba: “yo no trabajo con cualquier director. Si yo no creo en él como creador, no acepto. La relación actor-director es muy fuerte: debe haber absoluta confianza de un lado y del otro, una especie de amor. Saber que todo lo que el director te está pidiendo es por tu propio bien y que todo lo que tú estás haciendo él no lo va a utilizar más que en beneficio del proyecto.”

Muchos años antes de lograr esta convicción, Marta Aura evoca los años de adolescencia, en los que una maestra notó sus capacidades histriónicas al ganar un concurso declamando los pasos de Lope de Rueda, por lo que decidió recomendarla con el mítico formador de actores Seki Sano. “Mi maestra le fue a pedir permiso a mi mamá y ella dijo que no. Perdí la oportunidad de entrar su grupo, que hubiera sido maravilloso para mí, porque yo era muy jovencita”. Pero tiempo después, eso quedó en el olvido, cuando la actriz empezó a trabajar con los directores que propusieron las siguientes vanguardias teatrales, como Juan José Gurrola.

Bajo sus órdenes participó en La cantante calva de Ionesco en 1963, en la época de oro de la Casa del Lago. “Gurrola te decía: a ver… ¿y si haces eso?… y yo lo hacía y gritaba ¡genial! Todo lo que yo hacía decía que era genial”. Y aunque el controvertido creador daba plena libertad a sus actores, ella afirma que “sí te cuidaba, pero tenía una forma muy loca de hacerlo”.

En los años setenta, formó una relación personal y profesional con el director y dramaturgo Adam Guevara. A decir de Marta, al igual que otros directores de la época, Guevara pugnó por hacer un teatro de búsqueda. Ella fue partícipe de su debut profesional en El Cid de Guillén de Castro, con la que tuvieron una larga temporada. Con él formó una dupla creativa que abarcó varios años y tuvo éxitos como, Leoncio y Lena de Büchner, Los títeres de cahiporra de García Lorca, Los motivos del lobo de Sergio Magaña, Silencio pollos pelones, ya les van a echar su maíz, de Emilio Carballido y la Antígona de Anohuill, entre otros. “Juntos buscábamos técnicas de trabajo y de aprendizaje. Quizá es el director que más huella me dejó, porque fueron alrededor de quince años de estudiar y trabajar juntos”.

En contraste al trabajo con Gurrola y Guevara, vivió un proceso complejo bajo la batuta de Manuel Montoro, quien procedente de España y luego de Francia llegó a México para hacer época con sus montajes en la Universidad Veracruzana y el Teatro Milán, gracias a un estilo de dirección en el que el rigor y la puntualidad de cada acción se llevaba a sus máximas consecuencias. Aura colaboró con él en Fuentevaqueros, un homenaje a Federico García Lorca con fragmentos de sus obras teatrales más destacadas. La actriz compartió escena con otras primeras figuras de nuestro teatro, como Ana Ofelia Murguía, Rosenda Monteros y Marta Verduzco.

Sobre el estilo tan peculiar de Montoro para dirigir, recuerda: “A veces sí te sentías como un muñeco, como un maniquí, dices ¿cómo voy a lograr ser el personaje, ser yo y darle gusto a este señor que es tan exigente? Pero conforme va pasando el proceso de ensayo, conforme vas haciendo orgánico el personaje, ya no estás pensando en qué dices. Los tres pasos ya los das automáticamente, ya no estás pensando en que vas a levantar la mano cuando llegas, sino que cuando llegas la mano se levanta”.

A la par de su trabajo en teatro, fue una presencia constante del cine nacional. Su trayectoria cuenta con películas como El lugar sin límites, La reina de la noche, Así es la vida, Carnaval de Sodoma y Las razones del corazón bajo el mando de Arturo Ripstein, Ángel de fuego de Dana Rotbergh y, muy destacadamente, Los motivos de Luz de Felipe Cazals, en el que, a diferencia de las anteriores, tiene un personaje estelar junto a Patricia Reyes Spíndola, Delia Casanova y Ana Ofelia Murguía. De hecho, su primer gran protagónico cinematográfico sucede en la cinta Coraje, un largometraje de su hijo Rubén Rojo Aura que apenas hace unos meses recibió elogios en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara y le dio el que sería su último reconocimiento en vida: el Premio Mezcal a la Mejor Actriz. En el filme comparte créditos con Simón Guevara, su primer hijo.

Volviendo al teatro, colaboró también con directores como Germán Castillo en El examen de maridos de Molière, Lenguas muertas de Carlos Olmos y Los signos del zodíaco de Sergio Magaña, Eduardo Ruiz Saviñón en El caballo asesinado de Francisco Tario, Salvador Flores en El padre de Strindberg, Luis de Tavira en La noche de Hernán Cortés de Vicente Leñero, Benjamín Caan en Rita Julia -junto a Adriana Roel, a quien Caan le escribió la obra- y Alejandro Velis en Adela y Juana de Verónica Musalem; de la misma autora, Nueva York vs. El Zapotito dirigida por Arnaud Charpentier. Protagonizó, en un rol no cantado, el estreno mundial de la ópera Alicia de Federico Ibarra, basada en la novela de Lewis Carroll, bajo la dirección de Luis Miguel Lombana. De su hermana María Elena actuó Doble filo dirigida por Enrique Pineda y acompañó a su hermano Alejandro en montajes como Salón Calavera.

Figura recurrente de radioteatros y series radiofónicas en Radio Educación y Radio UNAM, hacia los años noventa Marta Aura vivió su cumbre teatral gracias a puestas en escena que hasta hoy resuenan en nuestra Cartelera de Teatro.

En 1990, al lado de Beatriz Aguirre y Lilia Aragón, interpretó a la tímida Elia, una de las mujeres chiapanecas que hacen y deshacen el gran texto de Carlos Olmos El eclipse, que bajo la dirección del veterano Xavier Rojas tuvo una muy larga y exitosa temporada en el Teatro El Granero. Fue tal el éxito, que se hizo un elenco alterno para que saliera de gira -con María Rubio y Diana Bracho incluidas-. Aura lo evoca divertida: “desafortunadamente ellos fueron los que ganaron dinero, porque aquí en Bellas Artes los sueldos eran miserables”. Y aclara: “hicimos una compañía maravillosa, no sabíamos cómo nos iba a ir, pero fue un éxito increíble, nos fue de maravilla, fuimos a muchos festivales, fue un trabajo que realmente me dejó una gran satisfacción”.

Aunque la obra entraña una situación fuerte -el descubrimiento de la homosexualidad en un joven de un pueblo chiapaneco dominado por matriarcas-, texto y montaje lograban una fina comedia. “Yo sé que tengo un dejo cómico que no he explotado a conciencia y que me sale en este tipo de personajes como Elia, esta mujer tan indefensa, tan delicada y tan llena de fe”. Además, en este proyecto se reencontró con dos figuras importantes para su trayectoria: su compañero de generación Carlos Olmos y su primer maestro, Xavier Rojas, el gran director del formato teatro círculo. “Él no era un director de experimentación, él trabajaba en el escenario, te ponía en un lugar y se sentaba en uno de los lados, al siguiente se sentaba en otro y así iba teniendo los cuatro lados controlados, sin complicarse la vida: él tenía oficio.”

En 1995 la UNAM produjo un ciclo dedicado a los grandes dramaturgos del siglo XX y, para la ocasión, se efectuó el estreno de la obra más reciente de Emilio Carballido. Escrito en el cuerpo de la noche es el exquisito texto que habla sobre el despertar sexual y la búsqueda de identidad de un adolescente que vive con su abuela sabia y su madre alocada. Interpretadas respectivamente por Ana Ofelia Murguía y Marta Aura, ambas actuaciones, dirigidas por Ricardo Ramírez Carnero, están en los puntos más altos de nuestro teatro. Nuevamente, la actriz pudo explotar su veta cómica: “ese personaje es un poco mi forma de ser, con este miedo a la vida; por eso muchas de las cosas me salían muy naturales, porque así soy yo”. El impacto de la obra fue tal que el director Jaime Humberto Hermosillo decidió llevarla a la pantalla grande, logrando un filme sencillo y tierno que, si bien no tiene ni el poder del montaje teatral ni de las otras películas del cineasta, sí deja constancia de la creación de personajes lograda por Murguía y Aura, quien por su trabajo mereció la Diosa de Plata a la Mejor Coactuación Femenina.

De hecho, dirigidas también por Ramírez Carnero, ambas protagonizaron El cerco de Leningrado de José Sanchís Sinisterrra. La obra alude a dos actrices maduras que se reúnen en un viejo teatro que va a ser demolido a fin de buscar un texto para escenificarlo y así evitar la destrucción del teatro. El montaje, en el Teatro Julio Castillo, coincidió con un momento álgido: un intento de la iniciativa privada por desaparecer la Unidad Artística y Cultural del Bosque del INBA. Las fuerzas actorales de Murguía y Aura contribuyeron a impedirlo. Con Ramírez Carnero, Marta Aura participó en otra obra de Emilio Carballido, Algunos cantos del infierno.

Y aunque el público y la crítica elogiaron y reconocieron la capacidad cómica de la actriz, hay que decir que si por algo es más ubicada es por su gesto trágico, propenso al llanto y a la emotividad, algo que la televisión aprovechó muy bien. Aunque a diferencia de otras primeras actrices no tuvo personajes estelares, lo cierto es que sus participaciones de soporte en telenovelas como Quinceañera, La sombra del otro, Gente bien -en donde trabajó junto a su hijo Rubén-, El privilegio de amar, Los plateados, Secretos del alma, La loba y Entre el amor y el deseo la dieron a conocer ante el gran público, que disfrutaba de sus intervenciones como madre abnegada o cómplice de los villanos de estos melodramas. La actriz era una férrea defensora del trabajo en la televisión como generador de diversas emociones de las que el actor tiene que entrar, salir y repetir en un mismo día de llamado.

Ese gesto trágico tuvo uno de sus mejores momentos en Medea. Gracias a Alejandro Aura, al inicio del nuevo milenio organizó el programa Teatro Clásico Griego. La actriz ensayaba el clásico de Eurípides dirigido por Mauricio Jiménez. Un cambio en la fecha de estreno le impidió al director continuar con el proyecto. Así, pudo convocar a María Muro como directora. Con ella al mando, “volvimos a leer a los griegos, todo Sófocles, todo Aristófanes, para tener clara la época. Y analizamos a profundidad la razón por la que una mujer decide acabar con sus hijos, que es lo más querido de la vida. Yo lo entendí como una defensa necesaria. Si alguien ha sido capaz de sentir celos puede entender lo que eso significa: los celos son pasión, son inexplicables, te hace reaccionar sin medir consecuencias. Ella mata por celos, por odio, por frustración, porque sabe que sus hijos van a ser adoptados y, así, ¿qué futuro les espera?”.

La mancuerna con Muro se repitió unos años después, cuando ambas adaptaron -radicalmente- la obra de Antonio y Javier Malpica El llanto del verdugo y crearon Mujer on the border, el segundo de los tres monólogos que la actriz interpretó. En más de tres años de temporada, Aura dio voz a las mujeres que se quedan en casa ante la partida de sus maridos o sus hijos hacia los Estados Unidos; la obra fue aplaudida por su contribución a un tema coyuntural que se vive hasta nuestros días. Y, antes de integrarse al elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro, nuevamente directora y actriz se reunieron para escenificar el monólogo Soy Frida, soy libre de Tomás Urtusástegui, cuyas lecturas en Radio Universidad y Radio Educación le valieron un premio.

Empero, durante varios años el nombre de Marta Aura estuvo unido al de Mariel, esa “mujer rota” que Simone de Beauvoir describe en su relato literario. Tras leerlo, la actriz decidió buscar a un director para llevar a escena la adaptación teatral que hizo su hermana María Elena. Entonces atravesaba por una fuerte depresión. La maternidad por tercera ocasión y el recuerdo de una madre “un poco esquizofrénica y muy dominante” la hicieron identificarse y querer escenificarla. “Al leer el personaje sentí lo terrible y doloroso de su sufrimiento. Sentí la necesidad de hacerlo para comprender qué pasaba por una mujer así”. Buscó a directoras como Jesusa Rodríguez, “pero siempre me decía que sí, pero nunca tenía tiempo”. Entonces se topó con su vecino, el actor Eduardo López Rojas -el entrañable Mazacote de la cinta Los caifanes-: “Él vivía en el departamento de arriba. Platicando con él le dije que quería hacer el monólogo. Lo leyó y me dijo: yo también lo quiero hacer, porque también tiene que ver con mi madre.” Con la dirección del actor y tras doce meses de ensayos, Marta Aura fue La mujer rota a lo largo de doce años, en distintas temporadas en diferentes teatros. Reconoce que, tras estrenar el monólogo, “me reconcilié con mi madre y eso fue para mí muy importante.”

Tras solicitarlo durante cuatro años, finalmente en 2012 la actriz fue aceptada en el elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro. Allí fue parte del numeroso reparto de propuestas como Los grandes muertos de Luisa Josefina Hernández, El círculo de cal y La panadería de Brecht, Códice Ténoch de Luis Mario Moncada, Homéridas de Ximena Escalante, Este paisaje de Elenas de Sandra Félix, Felipe Ángeles de Elena Garro, Numancia de Ignacio García y las piezas del Proyecto Leñero. Encabezó el montaje Conmemorantes de Emilio Carballido dirigido por Emilio Méndez que la CNT junto con las escuelas de teatro de la UNAM produjo ante los 50 años de la matanza de Tlatelolco. Y, al lado de Ana Ofelia Murguía y Marta Verduzco, protagonizó Éramos tres hermanas, escrita y dirigida por José Sanchis Sinisterra. También junto a Murguía, Adriana Roel y Ricardo Blume -quien ya no pudo estrenar el proyecto- participó en Memoria, una obra construida por Paula Zelaya y dirigida por Diego del Río a partir de los testimonios de vida y oficio de estos primeros actores. La pandemia irrumpió cuando la obra apenas había ofrecido tres funciones. En 2017, logró lo que merecía desde que postuló en 2008: ser actriz de número de la CNT, es decir, tener el rango más alto del elenco y, con ello, una beca vitalicia por su trabajo.

Marta Aura Palacios se reincorporó a las actividades post-pandémicas. Se le puede ver en fotografías muy recientes celebrando la designación de Aurora Cano como nueva directora de la Compañía Nacional. Pero se sabe que su salud estaba ya mermada -la película Coraje deja constancia de ello-.

Aun así, la noticia de su partida, la noche del viernes 8 de julio, sacudió fuertemente, quizá como pocas veces ha podido verse, a la comunidad teatral, que volcó en redes sociales una pléyade de recuerdos, agradecimientos, tributos… amor.

La comunidad teatral perdió a una de sus integrantes más constantes, más presentes, más tangibles. Y se queda un poco rota ante la pérdida de esa mujer que, si algo compartió desde el escenario, fue entereza: “En el teatro estás trabajando para seres humanos. Yo, desde que entro al escenario, siento una vibra, una sensación de plenitud, de satisfacción, de control… son otras sensaciones.”

También te puede interesar