‘​​Ojos que no ven’: la sencillez de una voz

REDACTADO POR : Mayra Murillo

La ópera prima de Alfonso Zárate parece inspirada en el indie estadounidense, ese género que se mueve entre el mainstream y el cine de autor.

Esta semana se estrena en cines Ojos que no ven, ópera prima de Alfonso Zárate. El hecho de que Zárate sea de Ciudad de México y haya vivido en Nueva York interesa pues Ojos que no ven parece inspirada en el indie estadunidense, ese cine que, si bien es producido con un presupuesto relativamente bajo, se interesa en historias pequeñas y urbanas que más que una reflexión, buscan entretener.

‘Tres cruces’: otra de narcos El indie es cine que se mueve entre el mainstream y el cine de autor, como si no pudiera decidirse a ser una cosa o la otra. Una mujer bajo la influencia, de Cassavetes (estrenada en 1974), es la gran representante de esta clase de cine y comparte con Ojos que no ven el interés por la sensibilidad femenina. La obra de Zárate parece girar en torno a los problemas existenciales de Elena quien, interpretada por Arcelia Ramírez, es una mujer inestable que trabaja en una primaria. Ahí aparece Matías. Elena siente por este niño una atracción que, al principio, resulta natural. Ambos están solos y él acaba de regresar de Estados Unidos. Extraña a sus amigos y tiene dificultad para adaptarse a esta nueva realidad. Pero, poco a poco el interés de Elena comienza a volverse inquietante y uno comienza a develar el interés de Zárate por ir más allá del cine de autor para introducir el suspenso. En una secuencia, Elena pide a Matías que guarde un secreto, en otra, que le permita tomarle una foto. El niño accede y sonríe. Entonces aparece su mamá y nosotros hemos comenzado a sentirnos nerviosos. No se trata solo de que pareciese que Elena quiere abusar de Matías. Uno se pregunta: ¿hacia dónde nos está llevando este director? En esta pregunta radica el suspenso.

Por eso es importante subrayarla. No se trata solo de que el realizador haya conseguido intrigarnos, ha comenzado a influenciar nuestra parte más visceral. Se trata de un logro que, además, permite distinguir, en Zárate, tres influencias: Birth del 2004, La maestra de Kinder, película israelí de Nadav Lapid cuya adaptación estadunidense se estrenó en 2018, y el clásico hollywoodense de Alejandro Amenábar, Los otros del 2001. Todas ellas tienen un protagónico femenino y las dos primeras consiguen generar suspenso a causa de la inquietud que produce en el espectador no saber qué es lo que desea una mujer con el niño al que está tratando de cautivar.

La influencia de la tercera es más sutil. Y es que, a decir verdad, el inicio de Ojos que no ven se arrastra un poco, pero cuando Elena, su exmarido y el niño se encuentran solos en una cabaña tienen lugar los mejores momentos de la película. No se trata en absoluto de que la trama se mueva en la misma dirección que Los otros, de hecho, la resolución es completamente distinta, la similitud estriba en cierto estado de ánimo que el director consigue generar y que en realidad es lo más valioso en una película. Se llama empatía. Y la empatía no consiste sólo en que el público se identifique con tal o cual protagonista, sino que establezca un vínculo con el creador. Y sucede.

El director y la guionista, Sandra Flores, alcanzan muy buenas escenas cuando han conseguido llevar todo el drama hasta el encierro en esta cabaña en que el niño, extrañamente, pide perdón. Más allá de influencias y adscripciones a corrientes fílmicas, Ojos que no ven confirma que el cine mexicano sigue encontrando su propia voz. Y es algo que hace treinta años parecía imposible. Que el cine nacional produjese propuestas que van de la grandilocuencia de Bardo hasta la sencillez de Ojos que no ven.

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