Al recital del pianista Igor Levit se sumaron ‘Turandot’ en versión concierto y el Ballet John Neumeier de Hamburgo

Una escena de ‘El sueño de una noche de verano’, a cargo del Ballet John Neumeier de Hamburgo EFE

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada es, sin duda, uno de los ciclos estivales europeos más singulares. Su identidad está reforzada por el entorno de la Alhambra, epicentro de una iniciativa que también se expande a la ciudad. Los espacios son clave y trascienden aspectos como la pureza acústica que acaba embridada por la arquitectura que envuelve la música –y la danza– y le da otro vuelo, en una mixtura estéticamente sublime. Ámbitos como el patio circular del Palacio de Carlos V se integran en el mundo de las grandes orquestas y en el más íntimo de los recitales con una versatilidad asombrosa, fuera de serie.

El festival encadena varias actividades diarias, muy contrastadas temáticamente, y una cima, ha sido, sin duda, el recital de Igor Levit, convertido ya en uno de los gigantes del piano de nuestro tiempo. Y eso que el festival ha realizado una verdadera exhibición de los grandes maestros del teclado, en esta edición y en las anteriores. Levit es un artista que no transita por caminos trillados, sino que ha decidido que su discurso artístico sea de una coherencia extrema, sin concesiones más allá de forjar una alianza sólida entre música y público de la mayor ambición.

En el festival granadino se presentó con un original programa asentado en dos pilares, a modo de espejo, el piano de raigambre operística confrontando con el gran repertorio romántico. Interpretado todo ello sin pausa, desde la ‘Fantasía sobre temas de Peter Grimes’ de Britten, escrita en 1971 por el pianista y compositor británico Ronald Stevenson –obra de impecable factura, imaginativa y muy exigente en cuanto al virtuosismo requerido al intérprete–. Levit la ubicó al inicio, casi como una declaración de intenciones, antes de afrontar la ‘Fantasía en do mayor, op. 17’ de Schumann, partitura preciosista y apasionada que el músico afrontó con refinamiento exquisito.

Schumann, de este modo, se convirtió en una antesala romántica al ‘Preludio’ de ‘Tristán e Isolda’ de Wagner en el arreglo del también pianista Zoltán Kocsis. Un verdadero reto expresivo, ante una página un tanto extática y abstracta al teclado; ahí anida su dificultad mayúscula, que Levitt aquietó con un sosiego interpretativo tremendamente sofisticado, precisamente en su depurada ejecución, encadenada, sin solución de continuidad, con una de las cumbres del piano romántico, la ‘Sonata para piano en si menor, S. 178’ de Liszt. Todo un alarde en su ondulante escritura, de aristas agresivas y pasajes de enorme lirismo, que Levit desarrolló al teclado casi con rasgos pictóricos en una versión carente de artificio, estructurada desde el servicio a la partitura, no desde el exhibicionismo gratuito con el que tantos la abordan. 

Puccini y Shakespeare

El recital de Levit fue un contraste absoluto con la opulencia de la ‘Turandot’ de Puccini, en versión de concierto que supuso el desembarco en el festival de los cuerpos estables del Teatro Real en una sesión apoteósica dirigida por Nicola Luisotti y un reparto –Pirozzi, De León, Jicia, entre otros– en estado de gracia, y con una velada mágica protagonizada por el Ballet John Neumeier de Hamburgo; una de las compañías alemanas de referencia y que ahora celebra los cincuenta de Neumeier al frente de la misma. Curiosamente, en 1974 realizó su primera actuación internacional en el Festival de Granada.

Cierra ahora el círculo con la representación de una de sus producciones más emblemáticas, ‘El sueño de una noche de verano’ basado en la obra homónima de William Shakespeare, estructurada, principalmente, sobre música de Mendelssohn y Ligeti. Pocos sitios más adecuados que el Generalife para esos amores shakesperianos tamizados por hadas y duendes. Neumeier mezcla con acierto el mundo mágico y el cortesano con la delicadeza de un orfebre que transita entre el ballet académico y la contemporaneidad. Estrenada en 1977, mantiene intacto su magnetismo que entusiasmó al público y ya es sin duda una obra clave del último tramo del siglo XX.